La Importancia de Llevar una Vida Espiritual

Hoy en día, lo espiritual está denigrado, no se le da importancia, se tiene por anticuado y, generalmente, se identifica con las personas que pertenecen a alguna religión, y la practican. La gente tiende a rechazar lo que suene a espiritual, quizás como rechazo y consecuencia de haber pertenecido a alguna religión y haberse sentido defraudado por su práctica y su doctrina.
Podría decirse que lo espiritual, si tratamos de ir hacia la comprensión de lo que significa esa palabra, podría ser como un estado de percepción de la mente, opuesto al materialismo o concepción simplemente material de las cosas y del universo. Se podría ir al extremo opuesto de considerar la existencia del espíritu como una realidad sustancial y excluyente, negando lo que solo sea materia.
No es necesario practicar ninguna religión para ser una persona espiritual, lo importante es el sentimiento, el enfoque que da un individuo a su existir, al transcurrir de sus días. Sería un individuo interesado en el descubrimiento interior, en el aprendizaje que le reporta el diario vivir, interesado en comprender el potencial de desarrollo que le confiere la distinción de ser íntegro y pensante, capaz de percibir e identificar su escenario, su rumbo, su meta final y su identidad universal.
Una persona espiritual sería la que es capaz de evaluar el momento en que vive, las oportunidades que ofrece, el equipamiento de que dispone, los objetivos a fijar en su vida, lo que tiene que trabajar o desarrollar en sí mismo para avanzar en su camino de realización y sobre todo, marcarse metas en la vida compatibles con lo más elevado de que sea capaz de idealizar.
A veces, se rechaza lo posiblemente espiritual ante su sola mención porque se lo ha identificado con un significado de pobreza material, al considerarse que los seres espirituales desdeñan la materia. Creo que una persona auténticamente espiritual no ha de rechazar nada y tomar la riqueza como una bendición para poder realizar un mayor bien en su vida y tomar a la materia como una gradación del mundo espiritual, es decir, todo es espíritu en diversos niveles vibratorios. Se debe desear la riqueza como un medio de realización no como un fin en sí mismo.
Hay un conocimiento de lo espiritual que se está perdiendo, diluyendo, interesadamente diría yo, para que prestemos atención únicamente a lo inmediato y a lo que reporta beneficios monetarios para el disfrute hedonista de la vida. El que aspire a llevar una vida superior, a salir de la masa de pensamientos comunes sobre la vida, que a nada llevan salvo a tratar de sacar ventaja material inmediata, debería de repescar el conocimiento que nos ha sido dado sobre la Sabiduría Antigua, sobre todo desde la aparición del llamado movimiento espírita, con Allan Kardec como intérprete de toda esa serie de fenómenos; el conocimiento que trajo la Sociedad Teosófica y las sociedades rosacruces.
Hay mucho conocimiento que contribuiría a traer paz a los corazones de las personas y a las naciones, si se pusiera en práctica de forma sostenida. Una de las verdades fundamentales que se deberían de practicar y que nos fue dada hace mucho es: “Trata a los demás como quisieras que te tratasen a ti”. Creo que es la mejor manera de ir por la vida y que exige de uno más de lo que se pueda imaginar. Su práctica repercute de manera inmediata sobre nosotros y sobre todo lo que nos rodea.
Pareciera como si me hubiera desviado del tema y derivado hacia conceptos de moralidad fuera de la realidad, pero no lo considero así, sino que, a veces, lo más sencillo y aunque sea antiguo es profundamente espiritual, porque nos sitúa sobre nosotros mismos y sobre lo que nos rodea, en donde lo fundamental, es el trato con los demás. Creo que por aquí iríamos bien, profundizando en nosotros mismos, tratando de sacar lo mejor, para ser capaces de dar la mejor respuesta hacia nuestros propios problemas y desafíos, así como en la relación con los demás.
Pero a lo que verdaderamente quería llegar, era a lo importante que es el llevar una vida espiritual, atendiendo a unos objetivos elevados que podamos concebir y que no nos debe de echar atrás cualquier contratiempo, cualquier revés que suframos en la vida en la aplicación de dichos objetivos, sino que nos debe de servir de estímulo para todavía el perfeccionarnos más, el trabajarnos tal aspecto de nuestra naturaleza que veamos que aún nos falta por pulir. Todo tiene su importancia en la vida y el darle un talante espiritual a nuestro actuar, más que nada. Todo lo que hacemos deja su huella, deja su rastro energético, por decirlo de alguna manera, es como la famosa teoría del centésimo mono, donde, por acumulación de actividades, de pensamientos, de acciones, del carácter que sean, de una misma cosa, llegados a una masa crítica determinada, a un número determinado de individuos que practiquen lo mismo, pasan a ser de dominio público, a ser patrimonio de todos, casi de manera instintiva, por tanto, cualquier cosa que hagamos, tiene su importancia, tanto para nosotros mismos como para la colectividad.