Cuatro Años – Articulo Blog

Siempre hay un antes y un después, un punto de inflexión que marca nuestra existencia. Un instante mágico en que la vida pliega velas para, luego, expandirlas con violencia o mesura.

Fui un vagabundo. En realidad creo que ya lo era antes de mi concepción carnal y humana. Así lo quiso el destino, esos hilos invisibles que manejan allá arriba. Y cuando la disposición universal marca el camino, tu suerte está echada, sin que nada puedas hacer, si acaso rebelarte en silencio.

Fui un vagabundo de ley, de manual, con lo puesto, con la noche y el día, las estrellas y los miedos, el hambre como alimento. Durante cuatro años conviví con eso que mal llamamos paranormal, con la otra realidad. Pude gozar el mayor tesoro que nuestros campos cobijan… el silencio de las ermitas en la noche.

Y cualquier noción de tiempo y espacio desaparecieron de mi ciclo vital. La magia del Gran Arquitecto pudo convertirme, a su antojo, en un loco, en un poeta, en un ser de luz, en un proscrito, en un extraterrestre, en una esponja que empapaba sus pobres neuronas de un conocimiento excelso, ese que siempre le es regalado a los desheredados, a los que parecen ignorantes al juicio vacío de las leyes modernas, de esas apariencias que casi siempre engañan al cerebro.

Dejé mi casa un ardiente amanecer de junio, allá por los setenta del siglo pasado, mi comodidad, pensando que huía de un desengaño amoroso, con rabia, con deseos de venganza. Solo décadas después supe, y mi ser convulsiona cada día al recordarlo, que lo hice al dictado de seres superiores. Fui una pobre marioneta en sus manos, para aprender y transmitir su mensaje.

Conocí un cura “loco”, una vagabunda demasiado extraña, un pastor con facultades psíquicas increíbles, una tarotista pura magia, unas monjas muy elevadas espiritualmente, un viejo marinero francés con más conocimiento de astronomía que todas las enciclopedias juntas, a “la mano amiga”, a mi Ángel de la Guarda, a los guardianes de las ermitas. Conocí también, y eso jamás lo podré agradecer suficiente, la cara oculta de María, un mundo inexplorado que les cambiará la vida a nada que penetren solo un milímetro en su misterio.

Y… Elías. Un hombre, o lo que fuese, que me transmitió un conocimiento que da respuesta a preguntas eternas del hombre, y que desmantela muchas leyes “sagradas” de nuestra ciencia. Con él tuve siete conversaciones que helarán su sangre, pueden apostarlo. Me desveló el funcionamiento de los ovnis, el real mecanismo de eso que llamamos tiempo, la identidad de Jesús, la morada de nuestros ancestros, hoy tripulantes de esas luces en los cielos, el secreto del segundo cerebro y su conexión con entidades superiores. Imposible digerir aquella enjuta figura, Elías, un personaje que cambió mi vida como, se lo aseguro, cambiará la suya una vez imbuidos de esos encuentros entre el vagabundo y aquel ser, luz pura de sabiduría.

Hoy, con más de medio siglo en las cansadas espaldas, con muchos libros publicados sobre el mundo del misterio, conferencias, reportajes, entrevistas en los medios de comunicación por cientos y casi cuarenta años viviendo, en primera persona, el Misterio, con mayúsculas, le presento, amigo lector, mi joya particular.

Mi alma, incluida esa porción que a cada uno nos hace únicos, esa a la que ni uno mismo puede llegar a veces, la que es el verdadero legado de la creación en cada uno de nosotros, está en estas páginas. Al desnudo, como no puede ser de otra forma.

Quizás vengan más libros en el futuro, seguramente, pero al compartir este, mis vivencias de aquellos cuatro años, puedo decir con todo el alivio del mundo, que ya puedo descansar en paz, porque he dado cumplimiento al mandato de quienes fijaron en mí, como en tantos otros a lo largo y ancho del planeta, el estigma de mensajero.

“Cuatro Años” es un canto a la vida. Y, antes que nada, el motivo por el que esa misma Creación sigue apostando por uno de sus hijos favoritos… el hombre.

Confío en que, como le sucediera a este humilde vagabundo, a quien estas líneas desgrane, en la atardecida, ante la espadaña de una solitaria ermita, note la palmadita de Dios en la espalda… y se duerma.

Y, hasta siempre, vagabundo.